sábado, 19 de setembro de 2009

LA RESURRECCIÓN DE DÉMETER



El rocío se deja sentir con minúsculas gotas en las hojas de estos brotes nuevos.




Los musgos son los primeros que se apuntan al festival de la entrada del otoño.



Contaban los antiguos griegos que Démeter, la diosa de la naturaleza, tenía una hija que fue raptada por el dios de los infiernos. Al saberlo Démeter entró en tal estado de pena, que dejó morir a todas las criaturas que estaban a su cargo. La situación fue tan desastrosa, que Zeus obligó a Hades a dejar partir a Perséfone, la hija de Démeter, nueve meses al año fuera del mundo subterráneo. Durante ese tiempo, la naturaleza brotaría alegremente por la tierra de los hombres. Sin embargo, cuando Perséfone estaba obligada a regresar con Hades, la tristeza y la muerte se apoderaba de la tierra y sus criaturas. Aunque los agricultores griegos fechaban el invierno como los meses en los que Perséfone desaparecía de la tierra, en nuestras latitudes podríamos cambiarlo de estación.

Algo así pasa con el fin del verano: los signos de la vida vuelven a los campos secos. Las semillas ocultas en la tierra reseca de las compuestas, leguminosas y las gramíneas empiezan a germinar. Algunas desde la nada, otras reverdeciendo desde viejos tallos secos. Tal vez no le demos importancia, pero una cosa tan sencilla como esta permitió a buena parte de las plantas superar cataclismos del tamaño del meteorito que destruyó los dinosaurios hace 65 millones de años. Por eso, observar una resurrección semejante de la vida es algo que me llena de admiración.


Niebla en La Montaña, una imagen prematuramente otoñal, típica de una mañana después de los días de lluvia. El rocío y la permanencia de la humedad con la niebla, unido a la menor evaporación, permite que los efectos de la lluvia de la última semana comiencen a sentirse en las plantas silvestres.


También las aves se dejan ver más con las temperaturas más suaves de estos días. En nuestro paseo matutino, pequeños pajarillos nos acompañaban de árbol en árbol. En cuanto sacábamos la cámara, se escabullían.

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