quarta-feira, 29 de agosto de 2012

EDITORIAL DEL G.P.: CANTO DEL CISNE DE LA ECOLOGÍA EN EXTREMADURA

       Quizás el término "canto del cisne" sea algo duro, pero próximo a la realidad de los últimos meses. Hemos asistido en este año a un verdadero triunfo de los ecologistas con el rechazo definitivo del plan de la refinería para Badajoz. Después de largos años de confrontación, los poderes públicos han decidido poner fin al proyecto controvertido, movidos más por el desacuerdo en la sociedad civil que por propio convencimiento (al menos eso es lo que parecían reflejar en sus informes). Sin embargo, la victoria sabe agridulce, y deja la ecología en una posición muy endeble frente a la opinión pública. A partir de ahora, la ecología se entenderá como un coste más para el mercado que potencialmente puede dañar nuestra capacidad de crecimiento económico y de generación de empleo.
       Naturalmente, Extremadura no es el único lugar con esta percepción social. Hay que constatar que este problema no afecta solo a nuestra región, sino que se desarrolla a un nivel mundial. Hemos dejado de hablar de ecología. Se ha caído de todas las agendas políticas nacionales e internacionales. Los problemas siguen sin resolverse, pero los conflictos a corto plazo paralizan la capacidad de acción de nuestra especie, con consecuencias dramáticas para nuestro futuro próximo. Pero realmente ese es un problema para abordar en otro momento y otros ámbitos. Hablaremos de nuestro entorno más cercano.
    Durante los años de bonanza económica las necesidades ecológicas coexistían, por decirlo de alguna manera, con otras demandas. En nuestra región, mientras no se tocase ningún interés económico determinado, la ecología era usada como valor de promoción turística en alza, barato y sin comprometer demasiados recursos de la administración. Se podía crear, por ejemplo, un parque natural como el Tajo internacional sin prácticamente otorgarle una partida económica desde la administración y garantizando unos recursos humanos mínimos. Naturalmente los problemas graves de urbanismo descontrolado, control de la caza, uso racional de los recursos hídricos, mantenimiento de los espacios protegidos (parques naturales, ZEPA...)  etc... no se solucionaban con esta mera fachada institucional pintada de verde. La creciente legislación ecológica se mantenía en funcionamiento mientras otra consejería no dijese lo contrario. Se trataba, en definitiva, de una política puesta de moda (detrás de lemas ambiciosos como economía sostenible o verde) que intentaba obtener unos réditos electorales y ecónomicos a un escasísimo coste. Por decirlo de alguna forma, Extremadura era "verde" porque nuestro modelo de desarrollo, basado en los servicios de la administración, la agricultura  y la construcción, no ponía en tela de juicio estos valores.
       Sin embargo, todo ha ido cambiando conforme la crisis ha ido ganando en envergadura y coste social. En una primera fase la caída de la construcción dejó de lado algunos proyectos que ponían en compromiso espacios protegidos, pero no detuvo otros (como la urbanización de lujo de Valdecañas).  Con el paso del tiempo, la sensación es que la ecología ha dejado de ser rentable o viable económicamente hablando: se han ido reduciendo las partidas destinadas a este fin hasta su desaparición. El cambio de gobierno regional ha tenido costes en recursos humanos: ha dejado fuera de sus puestos a un grupo de funcionarios altamente cualificado que fue sustituido de sus cargos por meros intereses políticos y el deseo de colocar gente afín.
        A pesar de esto la conciencia ecológica había calado en una parte importante de la sociedad civil como para cuestionar el proyecto de la refinería de Gallardo. No se trata de una mayoría ciudadana, pero sí bien organizada. De pronto, asistimos a la parada definitiva del proyecto, que tomó por sorpresa incluso a los propios detractores de la refinería. Razones ecológicas no faltan, especialmente aquellas que están fuera de nuestro territorio regional, como la preservación del entorno de Doñana de una posible marea negra por la mayor presencia de petroleros en sus alrededores. Pero son razones que en un contexto de fuerte depresión económica y social, con una tercera parte de la población desempleada, no convencen y dejan por el contrario un sentimiento de amargura en la mayoría silenciosa de nuestra sociedad. Los medios de comunicación empezaron a hablar de oportunidad perdida y de adiós a una Revolución industrial extremeña (ni más ni menos). Soplan desde entonces tiempos perversos para la ecología, convertida de repente en lastre para el desarrollo, y basada precisamente en su propio éxito inicial. El rechazo en su día a proyectos como la refinería, el cementerio nuclear o incluso más atrás en el tiempo, la central nuclear de Valdecaballeros, se ven ahora como errores estratégicos por esa mayoría silenciosa.    

      Con este panorama, el futuro se divisa complicado. La ecología debe reinventarse. Por un lado, tiene que dejar de ser meramente proteccionista y convertirse en un valor económico de presente, y no solo orientado al desarrollo sostenible a largo plazo. Es dificil oponerse, por ejemplo, a la construcción de generadores eólicos solo por su impacto visual, o como se dijo en algún momento porque Extremadura producía más energía de la que consumía. Tiene que poner sobre la mesa planes de desarrollo local y comarcal viables, y no solo mantenibles por subvenciones cada vez más escasas y transitorias en el tiempo. Debe hacer un contundente estudio de consecuencias en términos de costes y beneficios de cada una de sus acciones, y hacerlo llegar a la sociedad. En definitiva, debe hacer un esfuerzo mucho mayor por intentar compaginar desarrollo y conservación.
      Por otro lado, es preciso hacer redoblados esfuerzos en volver a la agenda política. La ecología debe dejar de ser un arma arrojadiza ideológica, detentada únicamente por los partidos de izquierda más radicales, y que levanta las sospechas irracionales del electorado contrario. Por poner un ejemplo extremo pero no infrecuente, nos hemos encontrado con gente que no recicla solo porque piensa que eso va contra su espectro ideológico conservador. La eliminación de estos prejuicios es un compromiso especialmente educativo con las generaciones venideras, no solo en la escuela sino también en las familias y el resto de las instituciones políticas y sociales.
     Naturalmente, este es un programa nada fácil de aplicar en los tiempos que corren. Pero tendemos a pensar que solo de esta forma, volveremos a hablar y pensar en verde de forma positiva y sin miedo al rechazo social.      

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